El 70 por ciento de los habitantes del pueblo de Arani puede tejer. En el pueblo había una cooperativa que estaba a cargo de un sacerdote. Ahora, un número de mujeres están formando una nueva cooperativa que funcione en base a un modelo cooperativo más sostenible, con un enfoque de derechos y que garantice la independencia de las mujeres de los hombres.
Me siento en el coche, junto con los coordinadores Fabiola Villarroel, Carolina Prudencio y Emma Fuentes de DECOPSO. Estamos camino a los pueblos rurales fuera de la gran ciudad de Cochabamba. Al pasar el alto valle, que es famoso por sus deliciosos duraznos, paramos a un costado de la carretera en un puesto que vende duraznos.
Pienso que hemos viajado a través de un paisaje que se ve bastante verde y fértil, pero la mujer que vende la fruta dice que últimamente ha habido muy poca lluvia. Según ella, las carreteras son polvorientas y el nivel del agua del lago que acabamos de pasar se mantiene en un nivel muy bajo. Aquí, casi todo el mundo se gana la vida cultivando y vendiendo duraznos, de los que cada uno de nosotros compra una bolsa grande.
Después continuamos hasta el valle bajo, conocido por su cerveza de maíz y por un pan fantástico. En el pueblo de Arani vamos a visitar una cooperativa de mujeres que produce prendas de punto: todo tipo de prendas, desde sombreros y calentadores de pierna hasta pulóveres y chaquetas. Se nos invita a una habitación pequeña, que parece ser más un pasillo que una habitación, donde hay sillas alineadas a las paredes. Después de haber saludado a todos los que se encuentran en la sala, nos sentamos a charlar.
Trabajar con una larga tradición e historia
Mujeres de diferentes edades se sientan con nosotros, algunas de ellas con sus trajes típicos. Se nos ofrece chicha, la típica cerveza local de maíz, leche caliente y dos tipos diferentes de pan. Rompemos trozos de unos grandes panes redondos mientras se hace circular por todo el grupo la copa de chicha. Una de las mujeres explica que la zona en que estamos es conocida por su tejido de punto. El 70 por ciento de todas las mujeres y los hombres que viven aquí saben tejer.
DECOPSO trabaja para apoyar el desarrollo de las cooperativas sociales. Esta cooperativa fue conformada hace sólo cinco meses por las mujeres del pueblo que, anteriormente, habían sido parte de una cooperativa de Cochabamba. Gracias a DECOPSO, la cooperativa está afiliada a COTEXBO, una feria textil de comercio justo. A través de ellos, la cooperativa está en contacto con compradores de Japón. Dentro de unos meses, se les va a entregar su primera remesa importante que consta de 400 pulóveres y chaquetas de lana de alpaca.
Hay voluntad creciente para hablar de la situación de las personas con discapacidad
La mayoría de los que trabajan en la cooperativa o bien tienen una discapacidad ellos mismos o bien tienen algún hijo con discapacidad.
–En las zonas rurales como ésta hay una gran cantidad de prejuicios y mucha gente que todavía tiene que esconder a sus hijos que tienen una discapacidad. Esto es, en parte, porque los padres tienen miedo por sus hijos y, en parte, porque también se avergüenzan, dice Fabiola de DECOPSO.
Carolina y Fabiola viajan menudo a las cooperativas para ver cómo están trabajando y también para brindar apoyo a los que trabajan en las cooperativas. Esta es una cooperativa exclusivamente de mujeres, y ellas explican que les ha tomado mucho tiempo ganarse la confianza de las mujeres. Sin embargo, se comienza a notar un cambio gradual, son cada vez más las mujeres que traen a sus hijos a la cooperativa y se comienza a hablar más de la situación de las personas con discapacidad.
–Trabajamos duro para cambiar las actitudes de las mujeres. Dentro de unos días, tenemos planeado realizar un encuentro con representantes de todas las cooperativas para evaluar el trabajo, y uno de los elementos claves de la agenda va a ser cómo podemos presionar para lograr un cambio las actitudes, dice Fabiola.
El ingreso económico de las madres permite que los niños reciban educación
Damiana Flores ha estado tejiendo desde que tenía 12 años de edad, iba a la escuela por las mañanas y tejía por las tardes para ayudar a sus padres mantener a la familia. Pero ellos eran extremadamente pobres y Damiana se vio obligada muy pronto a abandonar la escuela.
–Cuando mis hijos empezaron la escuela, descubrí que no sabía lo suficiente como para ayudarlos con sus tareas escolares. Así que empecé a estudiar de nuevo. Me gradué a los 35 años de edad, dice con orgullo.
En 2005, Damiana tuvo también la oportunidad de participar de un curso de desarrollo de liderazgo que se daba en la universidad de Cochabamba. Asistió a la universidad dos días a la semana durante cinco años. Mientras Damiana nos está contando su historia otra mujer más joven entra en la habitación y se presenta a sí misma. Se trata de Clivia Aguilar, una de las hijas de Damiana.
–Pude formarme como maestra gracias al tejido de mi madre, me cuenta. En este pueblo, muchas personas se han ganado la vida gracias al tejido y esto nos ha permitido a los más jóvenes recibir una educación.
Es importante que exista un modelo cooperativo sostenible
Anteriormente hubo otra forma de actividad cooperativa aquí en el pueblo, que estaba a cargo de un sacerdote y de una monja, cuando estos murieron la cooperativa desapareció. Ahora, con la ayuda de DECOPSO, las mujeres están aprendiendo a construir su nueva cooperativa y también cómo deben organizarse en la base a un modelo cooperativo más sostenible.
–Estamos aprendiendo sobre nuestros derechos y cómo trabajar juntas. De esta manera, muchas de nosotras conocemos ya cómo funciona la cooperativa, lo que también nos hace más independientes de los hombres. Antes, nuestros derechos sólo existen sobre el papel. Aquí nos damos coraje unas a otras para hacer valer nuestros derechos en forma correcta, dice Clivia Aguilar.
Las que saben leer y escribir, por ejemplo, enseñan a las que no saben. Al principio, las que sabían leer le leían a las que no sabían, pero luego se dieron cuenta de que era mucho mejor enseñarles a las que no sabían leer en lugar de hacerlo por ellas.
–Tan pronto como la gente empezó a aprender a leer y a escribir, descubrimos que tenían todo tipo de conocimiento que antes no conocíamos, relata Clivia. Muchas de las personas que tienen discapacidad carecen de confianza en sus propias capacidades. Trabajamos juntas para elevar nuestra autoestima, así tenemos el coraje de enfrentarnos con quienes toman las decisiones para, por ejemplo, explicarles nuestra situación y nuestras necesidades.
La mujer más anciana de la sala, que se llama Cayetana, acaba de empezar a aprender a leer y a escribir. Le pregunto cómo se siente. Ella mira a su alrededor con timidez.
– Bien, me responde. Quiero aprender más y voy a aprender más.